Pelusas calientes (17)
*
“Erase
una vez, hace mucho tiempo, dos personas muy felices que se llamaban Tim y
Maggi y tenían dos hijos, llamados Juan y Lucy. Para
comprender cuán felices eran, hay que explicar cómo eran las cosas entonces. En
aquellos días felices se les regalaba a todos, nada más nacer, una pequeña y
suave Bolsa de Pelusas. Cada vez que una persona metía la mano en su bolsa
podía sacar una Pelusa Caliente.
Había
mucha demanda de Pelusas Calientes, porque cada vez que alguien recibía una de éstas,
se sentía muy contento y abrigado. Y quienes, por lo que fuera, no recibían
Pelusas Calientes con regularidad, corrían el peligro de contraer una
enfermedad en la espalda que les hacía encogerse y, a veces, incluso morir.
En
aquellos días era muy fácil obtener Pelusas Calientes. Cada vez que a alguien
le apetecía, podía ir a tu encuentro y decirte: “Me gustaría recibir una Pelusa
Caliente”; entonces uno metía la mano en su bolsa y sacaba una Pelusa del
tamaño de la mano de una niñita. Con la luz del día, la Pelusa sonreía y
florecía, transformándose en una Pelusa Caliente amplia y acogedora. Entonces
se colocaba encima del hombro, la cabeza o las piernas de la persona, y la
pelusa se acomodaba perfectamente, deshaciéndose contra su piel y haciéndola
sentir llena de alegría.
La gente
siempre se estaba pidiendo mutuamente Pelusas Calientes y, como eran gratis, no
había problemas para conseguir suficientes. Al haber para todos, las personas
se sentían muy cómodas y abrigadas la mayor parte del tiempo.
Pero un día,
un brujo malo se enfadó porque todos eran felices y no le compraban pociones y
ungüentos. El brujo era muy listo e ideó un plan perverso. Una hermosa mañana
se acercó cautelosamente a Tim, mientras Maggi jugaba con su hijita, y le
susurró al oído:
-“Mira
Tim, fíjate en todas las pelusas que Maggi le da a Lucy: Si continúa así va a
agotarlas y no quedará ninguna para ti.”
Tim se
quedó estupefacto. Se volvió al brujo y le dijo:
“¿Quieres
decir que no siempre encontraremos una Pelusa Caliente en la bolsa cuando la
busquemos?”
Y el
brujo contestó: -“Por supuesto que no; cuando las agotes ya no tendrás más”.
Y dicho
esto, se fue volando, riendo y cacareando.
Tim se lo
tomó muy a pecho y comenzó a controlar, cada vez más, cuando Maggi le daba una
Pelusa Caliente a alguien. Acabó por sentirse muy preocupado, porque a él le
gustaban mucho las Pelusas Calientes de Maggi y no quería que se las diera a
los demás. Realmente creía que Maggi no tenía derecho a gastar todas sus
Pelusas Calientes con los niños y otras personas. Empezó a quejarse cada vez
que veía a Maggi dar una Pelusa Caliente a alguien, y como Maggi le quería
mucho, dejó de dar Pelusas Calientes con tanta frecuencia y las reservó para
él.
Al ver
esto, los niños pensaron que era malo regalar Pelusas Calientes cada vez que se
las pedían o les apetecía hacerlo. También ellos se volvieron muy cuidadosos,
vigilaban estrechamente a sus padres y protestaban cuando les parecía que daban
demasiadas Pelusas Calientes a alguien. Poco a poco, comenzaron a preocuparse
por las Pelusas Calientes que daban ellos mismos. Aunque ciertamente
encontraban Pelusas cada vez que las buscaban en su bolsa, cada vez metían
menos la mano dentro y se hicieron más y más tacaños. Muy pronto la gente notó
una escasez de Pelusas Calientes y comenzaron a sentirse menos contentos y
abrigados. Empezaron a encogerse y, de vez en cuando, alguno moría por falta de
Pelusas Calientes.
Así, más
y más personas iban a comprarle pociones y ungüentos al brujo, aunque no
parecían muy efectivos. Y sucedió que la situación comenzó a ponerse muy
difícil. El brujo malvado no quería que la gente muriera, entre otras cosas
porque los muertos no pueden comprar pociones ni emplastos; así que desarrolló
un nuevo plan: le dio a cada uno una bolsa muy similar a la Bolsa de Pelusas
Calientes, excepto que éstas nuevas eran frías, mientras que, como es sabido,
las auténticas Bolsas de Pelusas eran calientes. Dentro de las bolsas del brujo
había Espinas Frías. Estas Espinas Frías no hacían que la gente se sintiera
contenta y abrigada sino, por el contrario, fría y herida, pero evitaban que a
la gente se le encogiera la espalda y muriera. Por lo que, desde entonces, cada
vez que alguien decía: “Quiero una Pelusa Caliente”, le contestaban: “No puedo
darte una Pelusa Caliente pero, ¿quieres una Espina Fría?” A veces se acercaban
dos personas pensando obtener una Pelusa Caliente, pero uno u otro cambiaban de
opinión y terminaban dándose Espinas Frías. Así sucedió que, aunque muy pocas
personas morían, muchas seguían desdichadas y sintiéndose frías y heridas.
La
situación se complicó muchísimo, pues las Pelusas Calientes, que antes solían
ser gratuitas como el aire, ahora eran extremadamente raras y muy caras. Eso
ocasionó que la gente hiciera cualquier cosa para conseguirlas.
Antes de que el brujo apareciera,
la gente acostumbraba a reunirse en grupos de tres, cuatro o cinco personas,
sin importarle demasiado quién daba Pelusas Calientes a quién. Después de que
llegara el brujo, la gente empezó a emparejarse y a reservar todas sus Pelusas
Calientes para sus parejas. Las que se descuidaban y daban una Pelusa a alguien
más, se sentían culpables, porque sabían que su pareja seguramente notaría la
pérdida. Y los que no encontraban una pareja generosa tenían que comprar sus Pelusas
y trabajar muchas horas para poder pagarlas.
También
sucedió que algunas personas cogían Espinas Frías (habían muchas y eran
gratis), las cubrían de un material blanco y esponjoso, y las hacían pasar como
Pelusas Clientes. Estas Pelusas Calientes falsificadas eran realmente Pelusas
de Plástico y aún ocasionaron más dificultades: si, por ejemplo, dos personas
intercambiaban libremente Pelusas de Plástico, se suponía que tenían que
sentirse bien por ello, pero en cambio se separaban sintiéndose mal. Y como
pensaban que lo que se habían estado dando eran Pelusas Calientes, se quedaban
muy confundidos, sin darse cuenta de que esos sentimientos fríos e hirientes
que tenían eran el resultado de haberse dado un montón de Pelusas de Plástico.
De esta
manera, las cosas se pusieron muy, muy tristes desde la llegada del brujo, que
hizo que la gente creyera que algún día, cuando menos lo esperaran, no
encontrarían más Pelusas Calientes en sus Bolsas.
No hace
mucho tiempo, una adorable y robusta mujer de anchas caderas y feliz sonrisa,
llegó a ese país entristecido. Parecía no haber oído hablar del brujo, y no le
preocupaba que se acabaran sus Pelusas Calientes. Las daba libremente, incluso
cuando no se las pedían. Algunos no la aceptaban, porque hacía que los niños se
despreocuparan de que se les acabaran las Pelusas Calientes. En cambio a los
niños les gustaba mucho, porque se sentían bien con ellas. Y pronto volvieron a
dar Pelusas Calientes siempre que les apetecía.
Las
personas mayores comenzaron a preocuparse y decidieron utilizar la Ley para
proteger a los niños del derroche de sus reservas de Pelusas Calientes. La Ley
convirtió en una actividad criminal dar Pelusas Calientes de manera descuidada,
sin licencia. Sin embargo, muchos niños parecían no enterarse y, a pesar de la
Ley, continuaron dándose Pelusas Calientes unos a otros siempre que les apetecía
y siempre que se las pedían; y como había muchos niños, casi tantos como personas
mayores, parecía que podían salirse con la suya.
Hoy por
hoy es difícil adivinar qué sucederá. ¿Podrán las fuerzas de la ley y el orden
detener a los niños? ¿Irán las personas mayores a unirse a aquella mujer y a
los niños para darse cuenta de que siempre habrá tantas Pelusas Calientes como
se necesiten? ¿Recordarán Tim y Maggi aquellos días en los que eran tan
felices, sabiendo que había Pelusas Calientes en cantidad ilimitada? ¿Las
volverán a dar libremente?
Este asunto se extiende por toda
la tierra y probablemente la lucha esté llegando a donde tú vives. Si lo
deseas, y ojalá que así sea, puedes unirte dando y pidiendo libremente Pelusas
Calientes, y siendo todo lo amoroso y sano que puedas.”
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