ESTE ES UN NUEVO DÍA PARA EMPEZAR DE NUEVO

No lo olvides. Tú eres el protagonista de tu vida. ¿Quieres que sea una aventura maravillosa?. Entonces: ¡¡¡ VIVE !!! Saborea cada instante, cada persona, cada encuentro, la soledad, el retiro... Nadie ha dicho que sea fácil. Pero siempre es posible recuperar nuestra inocencia infantil y gritar: ¡LA AVENTURA NOS ESPERA! (Si tienes un recurso que vale la pena compartir, házmelo llegar...)

La manta (21)

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Un padre casó a su hijo y le donó toda su fortuna. Quedóse a vivir el padre con los recién casados, y así pasaron dos años, al cabo de los cuales nació un hijo al matrimonio.
Fueron luego sucediéndose los años, uno tras otro, hasta catorce. El abuelo, valetudinario ya, no podía andar sino apoyado en su bastón, y sentíase sucumbir bajo la aversión de su nuera, la cual era orgullosa y vana, y decía continua­mente a su marido:
-Yo me voy a morir pronto si tu padre continúa viviendo con nosotros. Me es imposible sufrir ya por más tiempo.
El marido se fue a encontrar a su padre y le habló de esta manera:
-Padre, salid de mi casa. Ya os he mantenido por espacio de doce años o más. Idos a donde queráis.
-Hijo, no me eches de tu casa. Soy viejo, estoy enfermo y nadie me querrá. Por el tiempo que me queda de vida no me hagas esta afrenta. Me contento con un poco de paja y un rin­cón en el establo.
-No es posible, idos. Mi mujer lo quiere.
-¡Que Dios te bendiga, hijo mío! Me voy, ya que así lo de­seas; pero al menos dame una manta para abrigarme, pues estoy muerto de frío.
El marido llamó a su hijo, que era todavía un niño.
-Baja al establo -le dijo- y dale a tu abuelo una manta de los caballos para que tenga con qué abrigarse.
El niño bajó al establo con su abuelo; escogió la mejor manta de los caballos, la más holgada y menos vieja, la dobló por la mitad, y, haciendo que su abuelo sostuviera uno de los extremos, comenzó a cortarla sin hacer caso a lo que el an­ciano, tristemente, le decía:
-¿Qué has hecho, niño? -exclamó el abuelo-. Tu padre ha mandado que me la dieses entera. Voy a quejarme a él.
-Obrad como gustéis -contestó el muchacho.
El viejo salió del establo y, buscando a su hijo, le dijo:
-Mi nieto no ha cumplido tu orden: no me ha dado más que la mitad de una manta.
-Dásela por entero -le dijo el padre al muchacho.
-No, por cierto -contestó el rapaz-. La otra mitad la guardo para dárosla a vos cuando yo sea mayor y os arroje de mi casa.
El padre, al oír esto, llamó al abuelo, que ya se marchaba.
-¡Volved, volved, padre mío! -le dijo-. Os hago dueño y señor de mi casa, lo prometo por san Pedro. No comeré un pedazo de carne sin que vos hayáis comido otro. Tendréis un buen aposento, un buen fuego, vestidos como los que yo llevo...

Y el buen anciano lloró sobre la cabeza del hijo arrepentido. 
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