ESTE ES UN NUEVO DÍA PARA EMPEZAR DE NUEVO

No lo olvides. Tú eres el protagonista de tu vida. ¿Quieres que sea una aventura maravillosa?. Entonces: ¡¡¡ VIVE !!! Saborea cada instante, cada persona, cada encuentro, la soledad, el retiro... Nadie ha dicho que sea fácil. Pero siempre es posible recuperar nuestra inocencia infantil y gritar: ¡LA AVENTURA NOS ESPERA! (Si tienes un recurso que vale la pena compartir, házmelo llegar...)

Huellas doradas (26)

*
« Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo.
De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz; ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en fun­ción de sí mismo. Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficien­temente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos que quería. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.
¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer? ¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual? ¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores? ¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?
Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron. Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servi­cio a los demás, una vida solidaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro.
Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en di­rección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.
En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez.
Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.
-Por un peso te alquilo el catalejo.
Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pe­queño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra tendida hacia arriba reclama­ba su moneda.
Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo que desplegó el catalejo y se lo alcanzó. Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrió, la plaza y hasta la escuela frente a ella.
Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensa­mente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos de la lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.
-Qué raro -exclamó Martín sin darse cuenta de que ha­blaba en voz alta.
-¿Qué es lo raro? preguntó el viejo.
-El punto brillante -dijo Martín- ahí en el patio de la escuela -siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía.
-Son huellas -dijo el anciano.
-¿Qué huellas? preguntó Martín.
-Te acuerdas de aquel día... debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la es­cuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares -contestó el viejo. Y después de una pausa si­guió -: ¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tenías un lápiz nuevecito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cor­taste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cor­tada y le diste el nuevo lápiz a Javier.
-No me acordaba -dijo Martín-. Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?
-Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió im­portante en su vida.
-¿Y?
-Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros -explicó el viejo-, las acciones que contribuyen al de­sarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas…
Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio.
-Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo del abrigo arrancado.
Martín miraba la ciudad.
-Ese que está ahí en el centro -siguió el viejo- es el tra­bajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica... y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan ha­bía muerto y quisiste estar con él.
Apartó la vista del telescopio y sin necesidad de él empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad.
Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía ilumi­nado por sus huellas doradas.

Martín sintió que podía regresar sereno a su casa.  Su vida comenzaba, de nuevo, desde un lugar distinto. »
*

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